viernes, 22 de febrero de 2013


Abrí la puerta de un tirón, con una precipitacion ridícula y ahí estaba él, mi milagro personal. El tiempo no había conseguido inmunizarme contra la perfección de su rostro y estaba segura de que nunca sabria valorar lo suficiente todos sus aspectos. Mis ojos se deslizaron por sus pálidos rasgos: la dureza de su mandíbula cuadrada,la suave curva de sus labios carnosos, torcidos ahora en una sonrisa, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos, la suavidad marmórea de su frente, oscurecida en parte por un mechón enredado de pelo broncíneo, mojado por la lluvia.Dejé sus ojos para el final, sabiendo que perdería el hilo de mis pensamientos en cuanto me sumergiera en ellos. Eran grandes, cálidos, de un líquido color dorado, enmarcados por unas espesas pestañas negras. Asomarme a sus pupilas siempre me hacía sentir de un modo especial, como si mis huesos se volvieran esponjosos. También me noté ligeramene mareada, pero quizás eso se debió a que había olvidado seguir respirando. Otra vez.